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  • José María Callejas Berdonés.

<Biografía de Sancho Panza. Filósofo de la sensatez>. H. R. Romero Flores. Prólogo de Julián Marías.

Un gran acontecimiento para mí fue el participar en la lectura colectiva de <Don Quijote de la Mancha> de Miguel de Cervantes, en Twitter (#Cervantes2018), a iniciativa del escritor argentino Pablo Maurette, desde el 1 de junio hasta el 6 de octubre (el reportaje de Daniel Gigena en La Nación sobre la "tuiterlectura del Quijote" ya no está disponible).


Uno de los descubrimientos más importantes de esta maravillosa experiencia ha sido la figura de Sancho, en el que ha tenido que ver no sólo el diálogo virtual con otras personas, sino la lectura de la obra: <Biografía de Sancho Panza. Filósofo de la sensatez>. Hipólito Rafael Romero Flores (1885-1956). La primera edición de esta obra, Premio de Biografía Aedos 1951, fue publicada por la Editorial AEDOS. Barcelona. 1952. El prólogo de Julián Marías es de agosto de 1955 correspondiente a la segunda edición. En mi caso he de agradecer a dos personas la información de la obra, a Fernando Rubio Carballez, librero generoso de la librería La Barca de Buenos Aires que le mostró el libro a Bettina Bonifatti, y a ella por compartirlo en la lectura colectiva del Quijote, la gran sorpresa para mí fue ver el prólogo de Julián Marías. ¡Qué ilusión me hizo leerlo!



Galería de imágenes facilitadas por el librero de Buenos Aires para la lectura colectiva.


Las primeras imágenes son de la edición de 2005. Nosotros hemos leído la tercera edición de 1969. Incluimos el índice y comentarios de prensa. El acertado título del libro lo dice todo: la biografía de Sancho Panza descubre un pequeño filósofo de la sensatez. La obra, muy bien escrita en auténtico castellano, rezuma un espíritu de conciliación de Cervantes con sus personajes en plena armonía con su vida y su obra, y la recomiendo de corazón. H. R. Romero Flores lo expresa con toda sinceridad con estas bellas palabras:


Desocupado lector. <Desocupado o atareado, más en todo caso, aficionado -y quizá amante- de la vida y ejemplar pareja de Don Quijote y Sancho, que el genio de Cervantes creó para España y para el mundo. Sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del amor que es, fuera el más gallardo y más discreto testimonio que el autor de él pudiera presentar en a la figura hondamente humana de Sancho Panza. Dios es testigo de que no otro deseo sino éste -aparte el recreo espiritual que he ido sintiendo en su larga gestación y elaboración- me ha guiado al escribirlo>.

Desde el primer capítulo, Romero Flores al hilo de los diálogos de Don Quijote y Sancho nos va desvelando la auténtica figura de Sancho y el papel fundamental que le da su creador Miguel de Cervantes: <Conviene, en fin, ir mostrando su decreciente cerrilidad, su creciente agudeza y discreción, su paulatina asimilación de las enseñanzas que de Don Quijote y de la vida va recibiendo, su natural ponderación ante el desequilibrio constante en que aquél se debate; en una palabra, su entidad humana de escudero que sabe ir superando su propio "sanchopancismo" y el ajeno "donquijotismo", hasta llegar a comportarse como un pequeño filósofo de la sensatez>.


En el segundo, muestra al caballero andante en la biografía del propio Cervantes: <Por el camino de la desgracia va, pues, Miguel a la conquista de la gloria. Pocas figuras hay en el Quijote que no respondan a esta diaria experiencia y a este trato con personas y personillas que va conociendo en su peregrinación de caballero andante. Además de Don Quijote y Sancho Panza -culminación y síntesis de la filosofía cervantina-, la mayor parte de los tipos de la novela debió de conocerlos su autor, e incluso departir con ellos>.


La conexión de vida y literatura se hace diáfana en la biografía de Cervantes: <Por lo que al Quijote se refiere, no vieron, ni acaso pudieron ver sus enemigos, que el sello de humanidad que la obra tiene había que extraerlo de las capas más humildes de la sociedad, por ser éstas las más familiarizadas con las formas de vida que Cervantes conocía mejor y le interesaba describir>.


En el tercero, la mirada va hacia el interior de la persona de Cervantes: <Por esto decimos que Cervantes, creador de Don Quijote y Sancho, está representado en sus dos inmortales creaciones, cuyas respectivas psicologías se debatían angustiosamente en el mundo íntimo del que las creó, apuntando en su obra como en su vida, ora al idealismo exacerbado del Caballero, ora al practicismo receloso del escudero. Cervantes es Don Quijote y Sancho Panza a la vez, por ser hombre que está de vuelta de todos los caminos y que guarda una sonrisa -triste sonrisa de amargura sin resentimiento- para los que en su lejana juventud fueron ensueños de gloria.

Sin embargo, ésta le sobreviene sin buscarla y como consecuencia de una obra en la que se pinta la esterilidad del esfuerzo por conquistarla, pues tal es la suprema ironía de Cervantes, que es casi siempre la ironía de la gloria>.


<La figura de Sancho, en la primera parte de la obra, todavía se resiente de aquella antigua visión del autor, en la que el ideal era lo importante, y sólo escoria la vida ordinaria. Por eso es Sancho primerizo es poco más que una acazurrada contrafigura de los entusiasmos de Don Quijote, respecto del cual actúa como el agua que se le echa a vino al rebajar sus ardores. Ya vendrá el otro Sancho, el de la segunda parte, en el momento oportuno, que será aquel en que la evolución del autor alcance su punto culminante>. <Forman Don Quijote y Sancho una concertada síntesis de la vida histórica, y ambos constituyen los exponentes eternos de la filosofía de la vida>.


En el cuarto, habla de Cervantes y Avellaneda, refiriéndose al plagiador, su interés por las ganancias y su mala fe contra Cervantes, escribe: <Esto es lo que hace antipático el libro y despreciable al autor: su "ventajismo", su intención tortuosa, impropia de quien quiere jugar limpio en la literatura y en la vida; pero no es oportuno en esta ocasión desproveerse de los prejuicios de orden moral que han intervenido constantemente al juzgar la personalidad literaria del clandestino tordesillano, enjuiciando a éste únicamente como escritor y novelador de Don Quijote y Sancho Panza. Desde el punto de vista de la ética, la actitud de Avellaneda ni es defendible ni nos merece mejor opinión que a sus detractores>.


En el quinto, analiza la opinión tradicional acerca de Sancho Panza, entre tópicos y eruditos cervantistas, para Romero Flores: <Fue Unamuno el primero que, al socaire de la opinión corriente y reaccionando contra el mínimo esfuerzo de comprensión que ésta suponía, acertó a poner a Sancho en el lugar que le correspondía, y a este otro don Miguel, que a golpes de paradoja tantas cosas y personajes considerados como secundarios ha primado, es a quien le cabe el mérito de haber destacado la bondad del mozo manchego a la altura del corazón de Don Quijote>. <Producto ideal de la tierra es el Ingenioso Hidalgo, aunque sea manchego, y producto real de la tierra es Sancho, precisamente por la localización geográfica a que está vinculada su individualidad. De aquí que el caballero soñador sea un paradigma, y el leal escudero una concreción>.


<¿Cómo pedir al alemán o al inglés que calen hondo en el alma sanchesca, si ella responde a un complejo de tendencias e inhibiciones tan específicamente representativo del individuo español, endoibérico y rural? Antonio Machado, nuestro gran poeta y socarrón filósofo que conocía bien a las gentes de la tierra y que ponía tanta sustancia de buen sanchismo para juzgar de las cosas y de los hombres, ha hecho en cuatro versos, que son cuatro certeras pinceladas, el retrato de este tipo tan propio de las dos Castillas (la Nueva y la Vieja):


"Pequeño, ágil, sufrido, los ojos del hombre astuto,

hundidos, recelosos, movibles; y trazadas

cual arco de ballesta, en el semblante enjuto

de pómulos salientes, las cejas muy pobladas">.


<Cuando Sancho abandona su familia, su pueblo y aporta su asnillo verde pardo>, prosigue Romero Flores: "Tal es la fe humana -dice Unamuno-; tal es la fue la heroica fe de Sancho tuvo en su amo el Caballero Don Quijote de la Mancha, según creo haberlo mostrado en mi Vida de Don Quijote y Sancho; una fe a base de incertidumbre, de duda. Y es que Sancho Panza era hombre, hombre entero y verdadero, y no era estúpido, pues sólo siéndolo hubiese creído, sin sombra de duda, en las locuras". (Del sentimiento trágico de la vida, cap. VI). Las referencias a los textos del "Quijote" y a citas de cervantistas son constantes.


En el sexto, retrata la "rusticidad" del aldeano castellano de la época: <Como buen rústico, es comodón y enemigo de complicaciones y esfuerzos que le hagan perder su habitual cachaza. Ante el estoicismo que advierte en Don Quijote, él le confiesa que por su parte se quejará del más pequeño dolor y que no espere colaboración suya en arriesgadas empresas (...) Él, que llama siempre al pan, pan y al vino, vino, empieza por llamarse y pensar de sí mismo lo que buenamente le inspira su innata rusticidad. No es fácil, es verdad, poseer la socrática ciencia de nosce te ipsum (conócete a ti mismo), y aun añadiremos que hay mejor madera en el hombre rudo que en el ilustrado>.


<Los refranes -nuda y inenajenable propiedad del buen aldeano- sólo son excipiente o circunstanciada envoltura con que presenta a su amo las cuentas de sus servicios. Ahora es cuando éste, en tono paterno y sentimental y adobando sus palabras con buena sarta de refranes deje de servirle y torne a su casa, pues no hay precedentes de que ningún caballero andante le haya nunca señalado salario conocido a su escudero. Éste se turba y "se caen las alas del corazón, porque tenía creído que su señor no se iría sin él por todos los haberes del mundo", añade por su parte el autor, que conocía bien a los dos>.


En el séptimo, apunta al realismo vitalista de Sancho y la formación de su conciencia moral: <El buen escudero es de un realismo cazurro, si se quiere, sobre todo en sus primeros pasos con Don Quijote, pero ni siquiera esta primitiva disposición excluye para él la posibilidad de pasar fatigas, aguantar incomodidades, conllevar devaneos y sufrir, incluso en las propias costillas, las locuras de su amo. En una palabra, el realismo de Sancho es sensatez.... Sancho es un hombre sensato, de sensatez tolerante desde el principio hasta el cabo de la novela, si bien y gracias al perfeccionamiento moral e intelectual que va adquiriendo, al fin de la obra acaba siendo, no ya un sujeto simplemente sensato, sino un pequeño filósofo de la sensatez>.


<El Sancho de la segunda parte es el altavoz del pensamiento de Cervantes sesentón y desengañado, pero siempre humano y comprensivo, cuyo espíritu viene de Don Quijote y va cristalizando en Sancho, al cual le hace confidente e intérprete de lo que él había aprendido -por aprendizaje de experiencia y sabiduría de dolor- en el transcurso de su vida. No otra explicación tiene, a nuestro entender, la desquimerizante actitud sanchocervantina>.


En el octavo, describe la discreción, y sobre todo, la fidelidad de Sancho a Don Quijote por encima de toda circunstancia: <Par Dios, señora —dijo Sancho—, ...dígale vuesa merced que hable claro...que yo conozco que dice verdad, que si yo fuera discreto, días ha que había de haber dejado a mi amo. Pero esta fue mi suerte y esta mi malandanza: no puedo más, seguirle tengo; somos de un mismo lugar, he comido su pan, quiérole bien, es agradecido, diome sus pollinos, y, sobre todo, yo soy fiel, y, así, es imposible que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala y azadón>. (II, 33). Para Romero Flores: <Sancho, que en el orden sentimental permaneció siempre fiel a sus orígenes, llora así en muchas ocasiones por don Quijote, unas veces, al creer que ha sucumbido víctimas de los encantadores que le persiguen; otras avergonzado o arrepentido por las reconvenciones que aquél le hace, y la última, en fin, cuando al pie del lecho de su moribundo señor esperan todos -aunque ninguno con la amargura de Sancho- la consumación del irremediable trance>.


Romero Flores plantea muy bien una cuestión medular de la obra: la "identidad personal de los personajes". <Que por la convivencia y el mutuo influjo se vaya sanchificando Don Quijote, hasta cierto punto, y Sancho se vaya quijotizando, hasta cierto punto también, ello es lógico y beneficioso para el enriquecimiento de sus respectivas facetas; pero ¿quién es capaz de concebir, sin agravio para la entidad de cada uno, el Quijote-Sancho o el Sancho-Quijote, es decir la identificación absoluta? Convengamos en que el principio de individuación, en este caso como en todos, es superior al artificio de la mezcla.


Jamás cupo en el espíritu de Cervantes llegar a la fusión de sus dos tipos. Más bien se complace en situar a ambos sobre un mismo fondo, pero con respectivos aportes personales>. Después, a título de ejemplo, cita el "Yo soy el que soy" de Don Quijote; y el "Sancho nací y Sancho pienso morir>. Personalmente estoy totalmente de acuerdo con él, creo que Cervantes trata como dramaturgo a ambos, "tanto monta DQ como Sancho", son sus "dramatis personae" y, cada personaje, ha de ser fiel en el escenario a su papel. Ellos en el teatro actúan como si fueran personas y como espejos de nuestra persona en la vida.


En el noveno, se describe el proceso de "Quijotización de Sancho": <El primero y más persistente influjo que Sancho recibe de su señor es el de la palabra. Si en el principio fue el Verbo, y el Verbo era Dios, según reza el comienzo del Evangelio de San Juan, también en el principio de la quijotización de Sancho fue el verbo de Don Quijote el que le infundió humanidad, como diciéndole: levántate y anda. Y Sancho, apoyándose en el lenguaje del Caballero, como en muletas o andaderas de su alma niña, anduvo y se elevó, ascendiendo por la gracia del verbo -verbo gratia- desde sus posos de cieno hasta las alturas de la mejor sensatez, que es la sensatez de las buenas palabras seguida de las buenas acciones>.


Para Romero Flores: <Indudablemente, lo más hermoso de Sancho, y quizá lo más hermoso de todo el Quijote, son aquellas palabras -últimas que el admirable criado dice en la novela-, y que no es posible leer sin que las lágrimas vengan a empañar los cristales de nuestra ventanas: "Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros y el que es vencido hoy ser vencedor mañana". (II, LXXIV, y final)>.


En el décimo, reflexiona sobre la "Sanchificación de Don Quijote": <Así pues, lo que Don Quijote recibe de Sancho son sus propias enseñanzas, sedimentadas y transformadas -sanchificadas- por virtud de la cordura del escudero. En todo caso, el influjo se va produciendo gracias a que previamente Sancho había ido puliendo sus rudas aristas en el contacto con su amo. Más tenía que aprender, en efecto, Sancho de Don Quijote, que éste de aquél; pero seamos justos y confesemos que también en el fiel sirviente existían valores morales que su señor acaba por reconocer y aceptar. En tal sentido es en el que hablamos de la influencia de Sancho>.


<Si la duda es el principio de la sabiduría, esta duda que el buen sentido de Sancho consigue infundir en el ánimo de su señor, en la postrimerías de la primera parte anuncia lo que habrá de ir consiguiendo después, paulatina y pacientemente, en el transcurso de la segunda>.

<El impulso no reflexiona, porque es irracional; pero si al impetuoso paladín de los días de ilusión le quitáis sus razones quijotiles y le inyectáis la razón práctica de Sancho, la figura de nuestro Ingenioso Hidalgo habría perdido la base de magnífica terquedad idealista con que Cervantes la concibiera como dechado del esfuerzo puro, sin mancha de provecho personal>.


El undécimo capítulo tiene un título original: "El ingenioso villano Sancho de la Mancha". Para Romero Flores: <Conforme va perfilando el tipo de Sancho, Cervantes va haciéndole personero, no sólo de sus pensamientos y sus verdades, sino también de esta manera de aludir y eludir que es característica de la ironía.... De esta suerte y por esta trayectoria, el hombre de bien que era meramente Sancho Panza, en el antiguo cap. VII, va adulteciendo en cualidades morales e intelectuales y haciéndose el ingenioso villano Sancho de la Mancha>. <Cuando asno y criado, los ojos vendados, cabalgan en la madera de Clavileño por altas regiones que la fantasía quijotesca supone, como Sancho oyera a su lado comentarios y risotadas, dice abrazándose a su amo: "Señor, ¿ cómo dicen éstos que vamos tan altos, sí alcanzan aquí sus voces, y no parece sino que están aquí hablando junto a nosotros?". (II, XLI)>.


Romero Flores, tras hacer referencia filosófica (la audaz metáfora del dorado yelmo y la bacía) al mito de la caverna de Platón y a Aristóteles, escribe: <Luego vendrán otros grandes filósofos tratando esencias y presencias y discutiendo si son yelmos o son bacías, hasta que de vez en cuando surge un Sancho, es decir, un pequeño filósofo de la sensatez, el cual, sin ostentar doctrina cerrada ni blasonar de originalidad, pone las cosas en su punto mediante el "baciyelmo", que es la inteligente síntesis y la cifra oportuna para verter en ella, como en un crisol, lo que hay de coincidente y discordante en las palabras de los hombres>.


<Cierta pena causa la lectura de este capítulo del descenso de Don Quijote a la cueva de Montesinos, porque en él comienza -repetimos- su descenso o declinación del alma cervantina, y, por contrapartida, la franca preferencia hacia el cuerdo criado, el cual casi simbólicamente, que en la superficie del paisaje y de la atención de Cervantes, en tanto que el Loco va hundiéndose poco a poco en el pozo>. <No es altivo Sancho, sino más bien humilde y acostumbrado al aguante, lo mismo en su antiguo oficio de porquerino que en el de escudero; mas cuando le aprieta el zapato -o las abarcas- sabe dar sus respingos e imponer a quien sea la horma de su calzado. Esto también lo ha aprendido de Don Quijote>.


<No parece sino que Cervantes quería demostrar, en su fiel escudero que para los difíciles trances del Poder y de la justicia distributiva, antes ha de funcionar la buena voluntad que la buena cabeza, sin que ésta, claro es, tenga que paralizar sus funciones; que hasta para estos achaques del mando surte buenos resultados la párvula virtud de a discreción, y ya hemos visto que Sancho la poseía>.


En el duodécimo y último capítulo, Romero Flores le dedica una meditación filosófica a nuestro cuerdo escudero: "Sancho Panza, un pequeño filósofo de la sensatez". <Sancho, el buen Sancho de la paciencia y la lealtad, del poco comer y mucho aguantar, es, por sus decires y sus haceres, el filósofo nuestro, nacional, con acentuada referencia al orden moral, que ha sido siempre el aspecto más insistente de lo que llamamos filosofía española. Ya se ha dicho que no es un intelectual, ni Cervantes pensó nunca tal dislate al hacerlo su personero y altavoz en la segund parte del Quijote. Es, sencillamente, el honrado e inteligente hombre de pueblo, que acredita y preceptúa la única manera eficiente de enfrentarse a las cosas, que es la de tenerlas en cuenta, actuar según son y atacarlas o soslayarlas conforme la ocasión o entidad aconsejen. En una palabra: pensar en cada momento la cosa en orden a la circunstancia, la cual impone su dominio e impera, más que colabora, sobre el propio yo. Sancho es, pues, el pequeño filósofo de la sensatez>.


Destaca también la importancia del diálogo como método de conocimiento de sí mismo y de los demás, en definitiva, de la verdad de la realidad: <Así como el puro pensar es un diálogo consigo mismo -ya lo dijo Platón-, más monólogo al fin, conocer es dialogar o conversar con las cosas mediante el instrumento que el filósofo posee para tales efectos, el cual, aunque no sea puro, porque el contacto o "contagio" de la realidad externa lo exonera de su estéril aislamiento, es, sin embargo, eficaz para cumplir su fin, que es el conocimiento. Tal es el caso de Sancho>.


<Hay tanto, en Sancho, de la mejor cepa hispana, que su vida, sus actitudes y su proceder pueden servir de ejemplo al español actual, y quizá al de todos los tiempos. Buen esposo, buen padre; servidor leal y concienzudo pulsador de la temperatura ambiente; de prudente visión ante las cosas y de cuerdo razonamiento para juzgarlas, su personalidad se nos presenta como un modelo que seguir y una inspiración a la que debemos volver la espalda>.

<Despidámonos, por lo tanto, de nuestro amigo Sancho, pero no sin antes destacar las columnas o afirmaciones en que estriba su filosofía. Son éstas el amor, el deber y la fe, pues no en balde lo había definido Don Quijote -su amo y señor natural, además de su maestro- con aquellas cariñosas palabras: "Sancho bueno, Sancho discreto, Sancho cristiano y Sancho sincero">.


No me olvido del prólogo de Julián Marías, lo he dejado para el final como broche de oro a la obra de su amigo Hipólito Rafael Romero Flores. He seleccionado un párrafo de Marías entre dos alusiones a Unamuno y Ortega:


<Sancho quiere que el mundo sea como su amo lo finge; un mundo en que hay triunfos, batallas, princesas, condados e ínsulas que gobernar; pero no lo cree, no tiene la audacia de despegar de la realidad y proyectarse entero en esa interpretación; sólo cree -con creencia personal- en Don Quijote, y esto por vía de amor, por encariñamiento con él, por confianza personal en su bondad, en su veracidad, en la autenticidad de su vocación. Y está en lo cierto: el mundo no es el que Don Quijote afirma, pero Don Quijote es quién es, un caballero andante, porque "cada uno es artífice de su ventura", y "yo lo he sido de la mía". Al asumir el <quijotismo> o <quijotidad>, auténticamente y hasta sus últimas consecuencias, Alonso Quijada o Quijano adquiere una nueva realidad que los demás no conocen y Sancho sí. Este se comporta rectamente frente a su amo, pero aspira a permanecer instalado en el mundo cotidiano de los demás, en el que había sido el suyo hasta que Don Quijote le sonsacó y le persuadió a que fuese su escudero. Y aquí viene la imposibilidad, y el núcleo mismo del tema del Quijote>.


Espero que estas reflexiones al hilo de la lúcida obra de H. R. Romero Flores les animen a leerla. La lectura me ha sugerido, a propósito del consejo que Don Quijote le da a Sancho: <Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse... Así es la verdad —respondió Sancho—...Pero esto paréceme a mí que no hace al caso, que no todos los que gobiernan vienen de casta de reyes>, una interpretación puramente imaginativa: ¿No pensaría Cervantes en Sancho VI, Rey de Navarra, de sobrenombre, el Sabio y nombró un personaje del pueblo llano con las virtudes del rey? Mi conclusión es que, dada la sabiduría del escudero, podríamos llamarle, y no sólo a Alonso Quijano, Sancho el Bueno.




<Gobernador de León por unos días>. El Diario de León. Actualizado el 17-09-2019.








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