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  • José María Callejas Berdonés.

El pensamiento teológico de María Zambrano. Cartas de La Pièce. Correspondencia con Agustín Andreu.


El 14 de diciembre de 2018, festividad de San Juan de la Cruz, nuestro místico universal, asistí a la presentación del libro, <El pensamiento teológico de María Zambrano. Cartas de La Pièce. Correspondencia con Agustín Andreu>; y escuché en persona a la autora, Juana Sánchez-Gey Venegas, en el Aula de Pensamiento "Antonio Rodríguez Huéscar" de la Casa de Castilla-La Mancha en Madrid.


Lo primero que he de reconocer, tras leer esta clarividente obra de la profesora Juana Sánchez-Gey, es la valentía intelectual con la que aborda una dimensión de María Zambrano como nadie lo había hecho: su pensamiento teológico. Este aspecto de nuestra filósofa va más allá del pensamiento religioso como constata Juana Sánchez-Gey en el libro.



Desde la década de los 80 en la que tuve el privilegio de conocer a Juana Sánchez-Gey he admirado su tesón investigador no sólo aplicado a la filosofía española, sino a toda la obra de María Zambrano -la primera escritora en ser galardonada con el Premio Cervantes en 1988-, razón por la que no me sorprende esta obra: un nuevo fruto de su rica trayectoria intelectual en pro de la mística española y de la dimensión mística y trascendente de la persona.

Juana Sánchez-Gey Venegas, profesora de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid, Vicepresidente de la Asociación de Hispanismo Filosófico y Directora del Aula de Pensamiento Fernando Rielo, conoce bien por sus publicaciones, tesis doctorales dirigidas y ponencias en congresos todos los aspectos del pensamiento de María Zambrano: filosófico, poético, educativo (editó junto al profesor Ángel Casado, “Filosofía y educación. Manuscritos de María Zambrano”; lectura recomendable para el educador de vocación), religioso, político (como joven revolucionaria e intelectual exiliada tras la Guerra Civil), y estético que abarca la pintura, la música, la poesía y el teatro (hay un artículo suyo en Diario 16, 30-XI-1989 (II), sobre Pirandello -Seis personajes en busca de un autor- en el que María Zambrano cita, a San Pablo y a Unamuno, desde ese ámbito teológico que toca la fibra más profunda del alma humana en lo que tiene de divino.


Esta obra se centra en la correspondencia entre María Zambrano y su amigo, un joven sacerdote católico, Agustín Andreu. El epistolario abarca desde octubre de 1973 hasta abril de 1976, y fue publicado por Agustín Andreu en 2002 (coeditado por Pre-Textos y Universidad Politécnica de Valencia). La profesora Juana Sánchez-Gey alude a los anexos de la edición de Agustín Andreu a los que éste denomina: Anotaciones Epilogales a un método o camino. El método hermenéutico que aplica la profesora Juana Sánchez-Gey se revela magníficamente a lo largo de la obra y nos guía, tanto en la primera parte, por la sabiduría poética y filosófica de María Zambrano, como en la segunda parte, mediante las “Cartas de La Pièce”, por la espiral del alma que descubre a Dios, principalmente, mediante la persona del Espíritu Santo.


En palabras de la autora: "En resumen, el núcleo filosófico de su reflexión (Zambrano afirma, en ocasiones, que no es teóloga) consiste en que su pensamiento no lo realiza desde lo externo. Queremos decir que se enfrenta a la cuestión radical y más esclarecedora, esto es, su propia experiencia entreverada con la realidad. Y desde ahí se pregunta por cuestiones no resueltas. Entonces, más bien, le preocupa la persona y lo que tiene que ver con la libertad creadora, con la trascendencia,...Porque nadie se entretiene con un tema, si no lo vive. Ni atiende a ideas que no provengan de una razón sentida íntimamente. Así, más que producir algo externo, le interesa irse creando a sí misma. Su saber como filósofa y como mujer responde a una convicción que apunta a la necesidad de preguntarse por un mejor vivir".


El enfoque de la obra está muy bien articulado en dos partes que entreveran vida y pensamiento, está escrita en un lenguaje accesible para toda persona que quiera responde de modo íntimo y personal al sentido último de la vida. En este sentido, la trayectoria ejemplar de María Zambrano nos la explica con claridad Juana Sánchez-Gey, no sólo su contexto histórico-biográfico, sino el proceso de elaboración de la filosofía de la razón poética que lleva a la dimensión mística, y a la plenitud trascendente de la persona.



Así, escribe Juana Sánchez-Gey: <El carácter ontológico del exilio se manifiesta, de forma muy especial, en su obra Los bienaventurados, en ésta como en cada una de sus obras, se trata de profundizar y comprender la condición humana de manera íntegra, total y profunda. Vuelve sobre la definición de persona que, unamunianamente, señala como una razón que siente, que padece. "De destierro en destierro, en cada uno de ellos el exiliado va muriendo, desposeyéndose, desenraizándose".

Y en este pathos se revela la realidad en su totalidad, entonces Zambrano propone que el padecer conduce a la trascendencia, es decir, a través del dolor del ser humano conoce el origen, que es la relación con el Absoluto".


Esta situación límite -como el exilio- que vivió María Zambrano, como persona educada en la fe, le hizo valorar al Dios del amor en contraposición al "Dios ha muerto" de Nietzsche, como vemos en "El hombre y lo divino":<Los primeros sentimientos que señalan la relación del hombre con un Dios revelado son el temor y aun el espanto. Espanto ante su presencia escondida, ante el abismo que yace sin mostrarse, espanto mayor aun cuando amenaza con descubrir su faz. El amor vendrá más tarde, y no fue descubrimiento del hombre, quizá porque tampoco conocía el amor. En la tradición judeo-cristiana todo, el amor mismo, es revelado>. Aquí traigo a colación un bello ejemplo biográfico de María Zambrano que cuenta Juana Sánchez-Gay: <Hay un recuerdo de su infancia que ella misma narra, ocurrió en Segovia, cuando iba a visitar la tumba de San Juan de la Cruz acompañada por su asistenta, y le pregunta a ésta qué es un santo. Le respondió que un hombre que ama a Dios, entonces María asevera: "A Dios y a los hombres">.


En una carta de María Zambrano a su amigo Rafael Dieste escribe:<Quiero encontrar escarbando en la conciencia idealista, el Dios concreto vivo y muerto, mi Dios cristiano que baja a la tierra, que se hizo carne con nosotros, que nació y murió y anduvo sobre la tierra. En él y no en el Dios histórico del idealismo, creo, él me ha de salvar, nos salvará a todos>. Toda una superación de la filosofía como salvación de la que habla Ortega porque ella va más lejos en el hontanar del alma que su maestro, y ha escrito aquellas palabras desde el corazón de la fe. En uno de sus manuscritos inéditos exclama María Zambrano: <¡La mística, realización de la vida personal!>.


En otra carta de María Zambrano a Antonio Rodríguez Huéscar le dice: <Ahora estoy con un ensayo o lo que sea "Ante la Verdad" se llama, que se me ha desprendido del asunto del tiempo. Es la verdad que viene a nuestro encuentro, fundamento del buscar la verdad". Vemos en estas imágenes la edición de Ignacio Carbajosa y Juan Sánchez-Gey del texto manuscrito inédito de María Zambrano en su estancia en Roma.



La profesora Juana Sánchez-Gey de nuevo destaca este bello texto de María Zambrano en "El sueño creador": <La acción verdadera que los sueños de la persona proponen en un despertar del íntimo fondo de la persona, ese fondo inasible en el cual la persona es(...) un despertar trascendente(...) se podría definir al hombre como el ser que padece su propia trascendencia. Como el ser que trasciende a su sueño inicial">. Toda una expresión diáfana de la dimensión teológica, y no sólo ética y filosófica, de la persona humana.


En la segunda parte se centra más en las cartas de La Pièce, que están entreveradas de reflexiones sobre el cristianismo y la mística. Entre las cuestiones de su fe católica, que nunca ocultó María Zambrano, destacamos: la recepción del Concilio Vaticano II, la encarnación de Cristo, la Virgen y la misión del Espíritu Santo. Todo un elenco de vivencias íntimas que se revelan en su correspondencia con Agustín Andreu. Cuando éste escribía "El Tratado del Espíritu", le dice estas palabras María Zambrano: <El amor que circula, como el Verbo, junto los dos>. Para Zambrano, San Agustín reflexiona sobre "la revelación del Hombre a Cristo-Jesús", el mismo Andreu reconoce que: <María vio en San Agustín al inventor del "hombre interior"(...) María valoró esto desde siempre, lo sintió desde pronto:Las Confesiones son un libro de adolescencia>.


En la carta nº 18 llega a decir María Zambrano:<Para mí la filosofía no comienza con la clásica pregunta de Tales, sino con una revelación o presencia del ser que despierta el pensar.(...) Y es lo que he procurado ir haciendo "Abrir, abrir la Razón, uniendo razón y piedad, pensar y sentir originario">. La Razón poética -a la par, metafísica y religiosa- enriquece en espiral nuestra interioridad personal.



El misterio de la Trinidad está en el origen del conocimiento espiritual: "La inteligencia se alimenta del alma", dirá Zambrano, y "el pensar viene del Espíritu", dirá Andreu. Y también la filósofa subraya -prosigue Sánchez-Gey- que esta Trinidad es el origen de amor como vivencia íntima y constitutiva del ser humano. "Que el Dios Amor esté siempre contigo, que ya sé que lo está desde antes de que nacieras".


Más allá del "método de Jericó" (aproximación en círculos concéntricos a la realidad) de Ortega, para María Zambrano <el método consiste en "ir de intuición en intuición, sin dejarse interferir (...)El Método en cuestión es el de la experiencia">. Sin duda alguna la influencia de Miguel de Unamuno es fundamental, a mi entender, el estilo en forma y fondo, no sólo del ámbito de la mística sino del de la fe. María Zambrano me remite (incluidas las cartas a Agustín Andreu) al "Diario íntimo" de Unamuno, escrito desde el hondón del alma.


<Lo importante, según Zambrano, es que en el pensar más íntimo se halla lo divino. Buscar a Dios en la intimidad del pensamiento como lo hicieron los místicos(...). "El pensamiento de amor roza la "verdad divina". Así Zambrano recrea la concepción machadiana de heterogeneidad del ser, pues el ser no se cierra sobre sí mismo, sino que su condición es us apertura, y afirma que: "No es tampoco Abel Martín la belleza el gran incentivo del amor, sino la sed metafísica de lo esencialmente otro". Y es sed -concluye Sánchez-Gey- es el amor>.


Respecto al trato del hombre con los demás, a propósito de Persona y Democracia de María Zambrano, destaca la profesora Juana Sánchez-Gey, frente al hombre encerrado en su soledad, esta honda reflexión: <Así mismo en un Manuscrito inédito a la persona como aquel ser capaz de vencer cualquier fracaso porque vive de la esperanza y así dice: "Persona es lo que subsiste y sobrevive a cualquier catástrofe, a la destrucción de su esperanza, a la destrucción de su amor. Y sólo entonces se es persona en acto, enteramente, porque se cae en un fondo infinito donde lo destruido renace en su verdad, en un modo de no perderse. Ser persona es ser capaz de renacer tantas veces como sea necesario resucitar" (María Zambrano, Fragmentos de una ética, M-347, 1954-55). Una aplicación de la fe en la resurrección a la vida, un reto de esperanza para personas que, por la violencia o el hambre, viven en circunstancias extremas: un desafío ético para los demás. La razón poética, como ella dice, es compasiva y misericordiosa.


<La razón humana es unitiva, es decir, busca relacionarse con lo otro. "Religión, poesía y Filosofía han de ser miradas de nuevo por una mirada unitaria", dirá Zambrano>. Aquí vemos una alusión a la idea de Werner Jaeger en su obra "Paideia. Los ideales de la cultura griega", y su proyección en la paideia cristiana, que influiría en los Padres de la Iglesia, como Clemente de Alejandría al que hace referencia nuestra pensadora. La renovación de la vida cotidiana de la Iglesia <debería fundarse en la teología del Espíritu Santo como teología del amor en la vida, según Zambrano, por donde transita la mística>, que diferencia lo importante de lo superfluo, prosigue Juan Sánchez-Gey: <Con este sentimiento se dirige a Andreu en la carta nº 5: "Pues tus palabras respiran una especie de liberación. Y como según S. Juan de la Cruz, la esperanza purifica la memoria, poco a poco... las tinieblas irán retirándose y de ellas irás extrayendo conocimiento, como estás haciendo">.


En la carta nº 15 analiza María Zambrano la relación del Espíritu y el Logos: <"la del Nous-Espíritu, que corresponde a la Virgen, donde no hay muerte", esta es la genealogía griega (Padre-Sofía-Hijo) frente a la latina (Padre-Hijo-Espíritu), en la griega se percibe mejor que el Espíritu procede del Padre y de la Palabra>. En la carta nº 31 escribe: <"El Espíritu Santo es Dios en el hombre, el Dios accesible a todos, asequible a todos y como la Iglesia se ha democratizado hay que recurrir a él">. Sobre la misma cuestión habla en la carta nº 41: <La santificación, obra del Espíritu Santo, ha de ser ejercida en el centro del ser humano y el centro no puede ser más que una acción continua, distribuidora, capaz de imprimir ritmo vital; onda, pulsación de la sangre que circula y que metafóricamente corresponda a la acción vivificante>.


En la carta nº 39 Zambrano habla del mandamiento del amor de Cristo: "¿Cuál es la Cruz, dónde está?, preguntabas. Será que como nunca he creído que la Cruz del Verbo puede ser la mía, la reconozco en algunas de sus palabras de verdad, en estas sobre todo. "Amaos los unos a los otros"-verdaderamente suyas, inequívocamente". Y -prosigue Juana Sánchez-Gey- dice María Zambrano: "Más para ser católica, he de mirar y miro...a quienes estuvieron al pie de la Cruz en este misterio sacrosanto: La Virgen Madre, Juan el amado fiel, Juan Amor, y María Magdalena, perdonada porque amó y reconoció el Amor y se echó a sus pies". María Zambrano también escribe bellas páginas sobre su impresión estética acerca de la pinturas de la Capilla Sixtina.


Cuando habla de la Virgen, María Zambrano "subraya que no murió", lo cual le da esperanza, en A modo de autobiografía, destaca Juana Sánchez-Gey estas palabras de Zambrano: "y yo creo en la resurrección, no ya de los muertos, sino de la carne, creo en la resurrección (...) José Lezama Lima, que creía en la resurrección y lo he dicho, era un gran amador de la Virgen, dejó testimonio de ello y hay otros poetas que lo son también". Recuerda a la festividad del "día de Nuestra Señora del Carmen, cuyo escapulario me dieron a besar al "despertar" alzándolo de mi pecho, sobre mi traje de amortajada a los cuatro años. El que yo quería me vistiera para toda la vida, en su Orden. No era, no estaba de que fuese. No forcejeé". No conocía estas palabras de María Zambrano sobre mi querida Virgen del Carmen patrona de Chamberí, el barrio en el que nací, pero me llenan de emoción al compartir una misma fe que, a mucha honra, profeso.


Respecto a la oración le dice a Agustín Andreu: <Cuando rezo por ti es en silencio -ya sabes- o el Padre Nuestro>.(...)<Ante lo que menos he temblado en este mundo ha sido ante los Maestros... y ante o con las sagradas escrituras...he llegado a llorar de alegría, y he pasado a la oración de alabanza>. <Mi Madre me dejó lo que me hacia falta, algo de su inmensa, sapientísima paciencia, las cuentas del Rosario, que aún en Madrid volví rezar con ella algunas tardes. Sí, el Rosario de la Madre salva, si uno entiende. Pues que en tan rosácea devoción hay lo suyo de intelección verdadera".


Por último, por estas buenas razones que he expuesto, les recomiendo de todo corazón la lectura de esta espléndida obra. Como broche de oro en las conclusiones, la profesora Juana Sánchez-Gey cita unas palabras de Agustín Andreu que sintetizan la dimensión teológica de la persona en María Zambrano: <El orbe de María... de Empédocles, la tragedia griega, la Encarnación, la Eucaristía, la Cruz, el Descendimiento, los Ángeles (siempre con mayúsculas), el Espíritu Santo... signos y figuras de la metafísica de la vida>.

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